miércoles, 9 de diciembre de 2009

9 de Diciembre - César




César Manrique (1919-1992) nació en Arrecife, Lanzarote, isla en la que su trayectoria artística ha dejado huellas imborrables.
Tras finalizar sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid (ciudad en la que vivió entre 1945 y 1964), expone con frecuencia su pintura tanto dentro como fuera de España. Participa en la XXVIII y XXX Bienal de Venecia (1955 y 1960) y en la III Bienal Hispanoamericana de La Habana (1955). En la primera mitad de los cincuenta, se adentra en el arte no figurativo e investiga las cualidades de la materia hasta convertirla en la protagonista esencial de sus composiciones a partir de 1959. Se vincula así —al igual que otros pintores españoles como Antoni Tàpies, Lucio Muñoz, Manuel Millares...— al movimiento informalista de esos años.
Viaja por diversas partes del mundo y, en 1964, se traslada a vivir a Nueva York. El conocimiento directo del expresionismo abstracto americano, del arte pop, la nueva escultura y el arte cinético, le proporcionó una cultura visual fundamental para su trayectoria creativa posterior. En Nueva York, expuso individualmente en tres ocasiones —en 1966, 1967 y 1969— en la galería Catherine Viviano.
En 1966, regresa de manera definitiva a Lanzarote. En la isla, que iniciaba entonces su desarrollo turístico, promueve un modelo de intervención en el territorio en claves de sostenibilidad que procuraba salvaguardar el patrimonio natural y cultural insular; modelo que fue determinante en la declaración de Lanzarote como Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1993.
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Lanzarote, el sueño de un hombre




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Escritor peruano (Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938). César Vallejo es acaso una de las figuras de mayor relieve dentro del vanguardismo hispánico. De origen mestizo y provinciano, su familia pensó en dedicarlo al sacerdocio: era el menor de los once hermanos; este propósito familiar, acogido por él con ilusión en su infancia, explica la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico, y no deja de tener relación con la obsesión del poeta ante el problema de la vida y de la muerte, que tiene un indudable fondo religioso.
Vallejo hizo los estudios de segunda enseñanza en el Colegio de San Nicolás (Huamachuco). En 1915, después de obtener el título de bachiller en letras, inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Trujillo y de Derecho en la Universidad de San Marcos (Lima), pero abandonó sus estudios para instalarse como maestro en Trujillo.
En 1918 César Vallejo publicó su primer poemario: Los heraldos negros, en el que son patentes las influencias modernistas, sobre todo de Julio Herrera y Reissig. Esta obra contiene, además, muestras de lo que será una constante en su obra: la solidaridad del poeta con los sufrimientos de los hombres, que se transforma en un grito de rebelión contra la sociedad.


Desnudo en barro

Como horribles batracios a la atmósfera,
suben visajes lúgubres al labio.
Por el Sahara azul de la Sustancia
camina un verso gris, un dromedario.

Fosforece un mohín de sueños crueles.
Y el ciego que murió lleno de voces
de nieve. Y madrugar, poeta, nómada,
al crudísimo día de ser hombre.

Las Horas van febriles, y en los ángulos
abortan rubios siglos de ventura.
¡Quién tira tanto el hilo: quién descuelga
sin piedad nuestros nervios,
cordeles ya gastados, a la tumba!

¡Amor! Y tú también. Pedradas negras
se engendran en tu máscara y la rompen.
¡La tumba es todavía
un sexo de mujer que atrae al hombre!




Los Dados Eternos, de su primer libro impreso en alguna oscura imprenta de Lima en 1918 titulado Los Heraldos Negros.


Los dados eternos

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomado de tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

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