Le gustaba que le retrataran con la calabaza de mate y la bombilla en la mano. Como buen uruguayo, no había perdido la costumbre de chupar de la yerba mojada en agua, aunque llevaba más de 40 años en España. El jueves, 12 de marzo de 2009, murió en Madrid Quintín Cabrera, acaso el cantautor -o cantor, como él prefería- más querido por sus compañeros de profesión. Tenía 64 años.
Enorme en su apariencia, grandullón y barbudo canoso, era un derroche de humanidad. Hizo del compromiso su ley de vida y, también, su ética y estética de la canción. Nació en Montevideo el 25 de abril de 1944, pero se sentía español y republicano desde que en 1968 se fue a vivir a Barcelona.
Y a él, que era todo solidaridad y grito contra la injusticia, su pulmón le vino fallando desde un tiempo, tal vez por haberlo utilizado tanto para respirar su intensa revolución. Hace poco le habían puesto uno nuevo, pero lo rechazó. En el tiempo de espera y esperanza, no dejó de mandar por correo electrónico hermosos poemas, dando lecciones de amor a la vida a los que los recibíamos, y también ánimos para los amigos que aún confiaban en el milagro que prorrogara su vida.
Era un tipo sencillo y generoso. Su tesoro era la amistad, y a ella se entregaba, además de cantar en lugares imposibles y por causas remotas -pero siempre justas para él-, o en su casa de Madrid organizando comilonas en torno a un asado que preparaba. Últimamente vivía en un pueblito de Guadalajara, con la modestia comprometida que desafiaba a los poderosos, como cantaba: "Qué vida tan diferente, la suya y la mía, señor presidente".
Su papel fue primordial en la canción protesta española de finales de la dictadura y principios de la democracia. Pocos años antes estuvo en el I Encuentro Internacional de la Canción Protesta de Varadero (Cuba, 1967). Hijo de un obrero y militante socialista, recordaba que su padre le enseñó que "para ser revolucionario, hay que hacer las cosas con amor".
No falló nunca a esa enseñanza. Y cuando en los años noventa de la canción de autor apenas quedaba nada, fundó el colectivo Centro de Canción, impulso de la nueva generación de Pedro Guerra, Javier Álvarez, Andrés Molina e Ismael Serrano.
A pesar de su salud, en 2005 llenó sus pulmones de siroco africano cuando cantó ante cientos de refugiados saharauis. A finales de este mes, amigos y compañeros de profesión como Elisa Serna, Luis Pastor, Ángel Petisme, Suburbano, El Mecánico del Swing, Eliseo Parra, Arístides Moreno, Andrés Molina y otros, le iban a ofrecer un concierto de homenaje: ¡Adelante, Quintín! Pero no ha llegado a ese día. Se convierte en su primer homenaje póstumo. Con una bandera uruguaya y otra española republicana, ayer se convirtió en cenizas. Se ha callado el cantor, pero no sus canciones. Ni la vida.
Fuente: Fernando Íñiguez, El Pais.
Los Reyes son los padres
Vamos a hablar, hijos míos,
ya sabéis que los Reyes son los padres.
Que mataron a los indios por ser buenos
los vaqueros, machistas y cobardes.
Queremos que sepáis que el amor,
como todo lo hermoso, no es pecado.
Que Popeye se alimenta de espinacas
pero también de carne y de pescado.
Que es agente de la CIA el Ratón Mickey
y más que nada, Tarzán, es un racista.
Supermán es asexuado y gilipollas
y todos ellos son anticomunistas.
Que los niños no vienen de París
-y mucho menos de adentro de un repollo-
que los tigres de papel son cuentos chinos:
jamás el Coco se ha comido un rosco.
También el negro es un color hermoso
y no todo lo blanco es trigo limpio.
Quienes manejan las tonalidades
son miserables que se han hecho muy ricos.
Que el Oro de Moscú y el cuarto oscuro,
la cigüeña, la bruja y los angelitos,
son mentiras terroristas de los grandes
para tener engañados a los chicos.
Que ser virgen tampoco es una hazaña:
no hay diferencia entre falda y pantalones.
Para tirar adelante en esta vida
da lo mismo ovarios que cojones.
Acabamos, por hoy, con este rollo.
Hacéis bien si estáis tomando nota,
pero cuidado, que hay que tener presente,
que los padres, como todos, se equivocan.
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Nacido en el estado de Tennessee, a los dos años su familia se trasladó a Los Ángeles. Aficionado al cine desde niño, Quentin Tarantino fue un mal estudiante; a los 22 años empezó a trabajar en un videoclub de Manhattan Beach, y se matriculó para tomar clases de interpretación. El videoclub se convertiría en su escuela de cine, y pronto empezó a redactar guiones.
Al mismo tiempo se fabricó un currículum falso como actor, en el que incluía su participación en King Lear de Jean-Luc Goddard, porque afirmaba que nadie en Hollywood conocía esa película. En 1985 apareció por primera vez en la pantalla, en televisión, en un episodio de Las chicas de oro, imitando a Elvis Presley. En 1987 escribió el guión de True Romance (Amor a quemarropa), que se estrenaría en 1993. De esa misma época es el guión de Asesinos natos. Tarantino siempre afirmaría que los dos directores (Tony Scott y Oliver Stone) habían "destrozado" sus guiones.
En mayo de 1994 presentó en Cannes su trabajo, Pulp Fiction, que en poco tiempo se convertiría en una película de culto. Aunque la crítica se dividió y algunos le reprocharon excesiva violencia y achacaron su éxito a una moda pasajera, la verdad es que la película triunfó y supuso la consagración del director. Pulp Fiction se alzó con la Palma de Oro de Cannes y fue nominada a siete Oscar, incluidos a la mejor película y mejor director. Al final, Tarantino se tuvo que conformar con ganar el Oscar al mejor guión.